...EL GRAN DICTADOR...DISCURSO...CHARLES CHAPLIN...

sábado, 25 de abril de 2009

...PREDICCIONES ERRÓNEAS...


Aquel niño tenía tan solo siete años. Su maestra lo dio por caso perdido. En presencia del pequeño habló con la madre y le dijo que era "vacío" y que era inútil que siguiera asistiendo a la escuela. La pobre mujer, avergonzada, le enseñó a leer personalmente en la casa. Aquel muchacho con el tiempo dejó su nombre escrito en cientos de patentes sobre inventos que afectaron la vida de toda la humanidad.
¿Su nombre?Tomás Alva Edison. ¿Sus inventos? Entre cientos de ellos, la luz eléctrica y el disco fonográfico. Es sorprendente cuán a menudo grandes hombres y mujeres fueron juzgados erróneamente antes de que se volvieran famosos.
De Abraham Lincoln se dijo que "sólo había ido cuatro meses a la escuela, que era un soñador y que se empeñaba en hacer preguntas estúpidas". Pero el hombre llegó a la presidencia de su país, y desde ahí tomó decisiones tan dramáticas en su tiempo como la abolición de la esclavitud, y condujo con mano firme el gobierno a través de una guerra civil que acabó ganando, con lo que sentó las bases para la grandeza futura de su nación.
Del gran cantante Enrico Caruso se dijo que no tenía voz.
De Albert Einstein que era un estudiante muy malo, mentalmente lento, poco sociable y siempre soñador.
De Amelia Earhart, la pionera aviadora, se dijo que si bien era brillante y llena de curiosidad, tenía tanto interés por los insectos y demás cosas que se arrastran que jamás podría "pensar con altura".
A Benito Juárez se le juzgaba "inferior" por su ascendencia totalmente indígena, al punto de que los conservadores mexicanos buscaron en Europa a alguien de "sangre azul" para que lo reemplazara en el gobierno.
Hay algo interesante en la biografía de todos estos personajes, lograron probar que esas predicciones negativas eran erróneas. Descubrieron que con su esfuerzo podían superar las adversidades.

jueves, 23 de abril de 2009

..DÍA DEL LIBRO Y LA LECTURA...



La elección del día 23 de abril como día del libro y de la lectura, procede de la coincidencia del fallecimiento de los escritores Miguel de Cervantes, William Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega en la misma fecha en el año 1616, aunque realmente no fuese en el mismo día, debido a que la fecha de Shakespeare corresponde al calendario juliano, que sería el 3 de mayo del calendario gregoriano y que Cervantes falleció el 22, siendo enterrado el 23.

¿...SIN ESPERANZA...?


Es un zumbido que arrulla, que calma los nervios, que ayuda a dormir; a dormir cuando se puede, cuando las penas también se duermen. El lecho es de tierra; el techo, de cemento. Si es verano, hace calor; si es invierno, hace frío.
«Aquí la noche se hace eterna —dice Juan Cortés—, y el miedo a que alguien nos mate no desaparece nunca. Cuando un automóvil de la policía pasa sobre el puente —continúa—, el terror se hace más grande.»
Habiendo fracasado en la vida, Cortés no halla más refugio que el que hay debajo de los puentes, junto con otros treinta mil desamparados que habitan en la misma zona. Este hombre vive en Chile. Pero así mismo podría vivir en Buenos Aires, o en México, o en Caracas, o en Bogotá, o en Nueva York, o en Roma o en París. Porque este hombre es uno de los muchos desamparados.
Y son miles. Miles de hombres, de mujeres, de adolescentes y de niños que han perdido ya toda fe. No quieren ni siquiera seguir viviendo.
¿Qué esperanza hay para estos miles? Los gobiernos proveen algo de ayuda, pero es escasa. Las iglesias y las sociedades benéficas también ayudan, pero no es suficiente.
Humanamente no hay solución. El problema consiste en dos cosas: una, la falta de personal y de recursos para suplirles a tantos lo que necesitan; la otra, la tremenda enfermedad mental de esos desamparados que no les permite cambiar su condición. Algo ha muerto dentro de ellos y ya no pueden levantarse.
¿Significa esto que es esperanza muerta? Algunos han descartado la respuesta espiritual —es más, se burlan de ella—, pero la verdad es que la solución espiritual es la única que llega al corazón del problema.
Cuando una persona pierde toda esperanza, necesita ser levantada. Es más que comida lo que necesita. Lo que hay que hacer es corregir la condición del enfermo. Y se trata de dos enfermos: el que no quiere desprenderse de lo suyo para dar ayuda, y el que por ya haber perdido la esperanza, no puede, ni cuando hay ayuda, levantarse de su situación.

domingo, 19 de abril de 2009

...RELIGIÓN DE LOS SUICIDAS...



—Estoy sumamente deprimido —dijo Ricardo Leiva a sus compañeros de trabajo—. Estoy tan deprimido que ni siquiera siento dolor.
Y puso el brazo sobre la llama abierta de una cocina de gas.
Al mediodía pidió permiso en el trabajo para ir a su casa. Como no regresó en la tarde, el jefe lo llamó por teléfono.
Este es Ricardo Leiva —contestó una voz doliente y apagada.
Pero era una grabadora.
—He decidido acabar con mi vida —siguió diciendo el mensaje grabado—. La vida me ha consumido. He tomado catorce pastillas en los últimos cuarenta minutos. Si eso falla, usaré mi pistola 45.
Cuando la policía abrió la puerta de su casa, Ricardo estaba muerto. Pero su teléfono seguía contestando:
—Este es Ricardo Leiva...
He aquí otro que se suma a lo que ha llegado a ser una interminable lista de suicidas.
Ricardo Leiva era un ingeniero electrónico que llevaba cinco años trabajando en la misma empresa. Vivía bien. Tenía pocos amigos, es cierto, pero en su trabajo se llevaba bien con todos. De pronto entró en una profunda depresión, y no encontró más recurso que catorce pastillas somníferas y el tiro de una pistola.
¿Qué lo llevó a esa extrema resolución? Conjeturas hay muchas, pero hay una sola causa básica, que siempre es la misma. Esa causa básica es la falta de fe. No es la falta de religión. Lo cierto es que los suicidas suelen tener religión. Suelen ir mucho a la iglesia. Muchos, incluso, le piden perdón a Dios por lo que van a hacer. En sus notas de suicidio dicen con frecuencia: «¡Que Dios me perdone!»

viernes, 3 de abril de 2009

...¡...CULPABLE 176 VECES...!


El vocero del jurado se puso de pie. Tenía que leer el veredicto en el juicio contra Julio González. Leyó primero el cargo: «Homicidio.» Inmediatamente después pronunció la palabra fatal: «Culpable.» Luego, con lentitud desesperante leyó otro cargo, y otra vez pronunció el veredicto: «Culpable.»
Así fue leyendo cargos y pronunciando el mismo veredicto 176 veces. A Julio González lo hallaron culpable de 87 homicidios, con doble culpabilidad por cada uno. El 25 de marzo de 1990 González había prendido fuego a un salón de baile en Nueva York, y el incendio había provocado la muerte de 87 personas.
Es difícil imaginar lo que habrá sido para Julio González oír ese martilleo continuo de la palabra «culpable». Alguien dijo que era como una puntilla que se clavaba en el féretro mismo del hombre. Que a uno le digan «culpable» una vez es ya algo como para desmayarse. Pero que se lo digan 176 veces es como para no querer seguir viviendo. Sin embargo, la ley exigía que se detallara por separado cada cargo, y que se pronunciara, por cada uno, el mismo veredicto.