...EL GRAN DICTADOR...DISCURSO...CHARLES CHAPLIN...

sábado, 10 de enero de 2009

...625 AÑOS DE CÁRCEL...


El fiscal del tribunal oral fue mencionando los cargos uno por uno. Y Pedro Chandía, de treinta años de edad, fue bajando la cabeza ante cada cargo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Jurados, periodistas y asistentes iban llevando la cuenta, y camarógrafos de la televisión seguían consumiendo metros y más metros de cinta de video.
La cuenta seguía adelante: seis, siete, ocho, nueve. Los cargos se iban acumulando uno sobre otro. Cuando el fiscal terminó, la cuenta había llegado a 101 delitos cometidos en el lapso de dos años: delitos contra propiedad ajena y delitos contra personas indefensas. Y por esos 101 cargos le tocaron a Pedro Chandía 625 años de cárcel.
Ésta es una de las más largas condenas de que se tenga noticia. Seis siglos y cuarto de prisión. Y esto por 101 delitos cometidos en el corto lapso de dos años. Él, por supuesto, no podría cumplirlos, pero seiscientos y más años de cárcel demuestran la severidad del cargo.
¿Por qué cometió tantos delitos Pedro Chandía, y esto en tan poco tiempo? Porque Pedro es uno de tantos hombres que vive sólo para él mismo. Es uno de los que tienen la filosofía de: «Primero yo, después yo, y al final yo». Y porque él piensa que tiene derecho a vivir sólo para sí, sin importarle un comino el derecho de los demás, asaltó, violó e hirió a hombres, mujeres y propiedades. Entró en casas para robar. Asaltó empresas comerciales. Atacó desprevenidos transeúntes, y todo esto a mano armada.
Cuando se tiene una filosofía así, es imposible no cometer delitos. Es porque se vive en el espíritu, y bajo la influencia del primero y más grande de los ensimismados y ególatras: Satanás, que es el diablo. Quien sólo piensa en sí mismo, quien todo lo hace para el agrado personal, quien no toma en cuenta ni sentimientos, ni bienes, ni derechos ajenos, no es más que un instrumento voluntario del enemigo de nuestra alma.
La Biblia usa una palabra curiosa para definir a este tipo de personas: las llama «sanguijuelas», esos animalitos que viven de la sangre de otros. Así declara el libro de Proverbios: «La sanguijuela tiene dos hijas que sólo dicen: “Dame, dame”» (Proverbios 30:15).

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